Sucedió en Cocoyoc. La historia en que un sacerdote y su sacristán sufrieron la cárcel. Por: Pbro. Daniel Pérez Gómez

13.11.2023

Esta es una historia en que un sacerdote y su anciano sacristán sufrieron la cárcel. Sucedió no hace mucho, pero los jóvenes no lo recuerdan porque apenas habían nacido.

En un pueblito muy pequeño llamado Cocoyoc, un pueblo muy tranquilo, célebre por sus manantiales y quintas, en el Estado de Morelos, donde abundan los antiguos conventos y donde la tradición católica han defendido y conservado gloriosamente sus templos.

Era el año 2001, a finales del mes de enero, cuando los fieles se preparaban para celebrar una de las grandes fiestas del templo del Señor de la Expiración, el Santo Patrón, como cariñosamente le llaman sus moradores.

Era domingo, iban a dar las ocho de la mañana. El Padre Sixto Machaca salía de una casa de una piadosa familia que lo hospedaba. Se dirigía a celebrar la Santa Misa. Entonces el padre se percató que un automóvil de un vecino modernista parecía querer obstruir su paso.

De pronto, arriba intempestivamente una de aquellas camionetas, de la cual bajaron inmediatamente varios hombres con armas largas, se precipitaron sobre el Padre Sixto, lo subieron, se lo llevaron. Ni el mismo padre sabía lo que pasaba.

Parecía un secuestro o el arresto de un peligroso criminal. Reinaba la confusión en todo el pueblo por el arribo de varias camionetas cargadas de gente armada. - ¡Suba pronto y quítese la sotana! - gritaban los hombres armados ¡Qué desconcierto, que temor! Armas de grueso calibre, carros federales por todas partes rodeaban el pueblo.

Mientras tanto, otra camioneta, se dirigía a la iglesia del pueblo. - ¡Deténgase! ¡Su nombre! ¿Cómo se llama? - Se trataba de un pobre anciano de 75 años, Don David García, que con paso lento se dirigía al templo del santo patrón, para escuchar la Santa Misa. - ¡Ese también es! ¡Súbanlo! - Gritaba un oficial.

Lo subieron casi arrastrando; sus zapatos quedaron allí en el suelo. "Yo pensaba que era un secuestro, porque yo nunca he cometido un delito, soy muy pacífico, la gente me conoce", recordaba después Don David.

A las afueras del pueblo se encontraban varios vehículos federales que habían bloqueado todas las salidas, y después se fueron escoltando a aquellos dos detenidos.

¡Padre Daniel! Tocó alarmado el monaguillo a mi puerta: ¡Sucedió algo grave! ¡Parece que han secuestrado al Padre Sixto, se lo llevaron hombres armados! Rápidamente me comuniqué a Cocoyoc. La gente estaba confundida. Pensaban que se trataba de un secuestro, porque, desde aquél entonces se hicieron tan comunes en nuestras tierras.

Finalmente pude saber que la Policía Federal había arrestado al Padre Sixto, se le acusaba de despojo, es decir, la jerarquía modernista lo acusaba de haberles despojado del Templo del Señor de la Expiración. ¡Menos mal! pensé. No es lo mismo estar secuestrado que en la cárcel. En un secuestro cualquier cosa puede pasar: te saltan un ojo, te cortan los dedos uno por uno, te atormentan y finalmente te pueden matar.

El Padre Sixto había trabajado incansablemente por nueve años; pronto conquistaría otros pueblos, siempre en forma pacífica. Así fue como se acrecentó cada vez más el odio y la venganza modernista, hasta que decidieron, con todo el poder y la influencia de que gozan, atemorizar a los fieles de Cocoyoc, encarcelando al Padre Sixto y a Don David, aquel 28 de enero.

Habían girado también otras trece órdenes de aprehensión contra los tradicionalistas de pueblo, todo un plan bien fraguado, bajo una falsa y calumniosa denuncia ante las autoridades.

Ese mismo día, salimos por la noche, acompañados de dos abogados para llegar a Cocoyoc por la mañana. Lo primero que se buscaba era librar al padre Sixto y a Don David, juntamente con tratar de conservar el templo que amenazaban ya con tomar los modernistas.

Encontramos una situación realmente conmovedora. Los fieles católicos apreciaban mucho a su sacerdote. Había mucha gente que lloraba, muy triste; otros rezaban y ofrecían ayunos por su párroco. La Sociedad Trento acudió allí. Nos encontramos con que tanto el pueblo Cocoyoc como el de Jumiltepec, también de la Tradición, se preparaban para sus fiestas patronales. Se esperaba la visita de Monseñor Roberto Martínez; por tal razón, la situación era aún más tensa.

Con tal de proteger a Mons. Martínez, que era muy anciano, decidimos entonces pedir apoyo a Mons. Martín Dávila, para sacar adelante las fiestas del pueblo.

Los abogados de Trento, habían trabajado toda la noche en Cuernavaca redactado oficios para la defensa. Nosotros nos habíamos trasladado directamente al pueblo para impedir la entrega del templo.

Mientras tanto, el Padre Sixto nos cuenta lo que pasaba en la cárcel.

"Cuando nos llevaron a la celda, recibimos burlas e insultos de parte de algunos reos. Pero, pronto se dieron cuenta de que era yo sacerdote. Entonces me pedían la bendición; por lo menos 10 presos se confesaron, y rezamos en la prisión tres veces al día".

"Pero al principio fue un trato muy duro. Me quitaron mi sotana. Yo siempre he usado mi sotana. Me sentí muy mal por esto. Hicieron que nos quitáramos el cinto y las agujetas. Nos llevaron a una celda muy pequeña donde estábamos allí cuatro presos. La comida era solo para no morirse de hambre. La situación era muy deprimente, tanto que en esos días que estuve allí, supe de tres reos que se habían quitado la vida; al menos así se supo".

La gente del pueblo se sentía desolada, como ovejas sin pastor. La Sociedad Trento entonces pidió oración a todas sus comunidades, y se levantaron colectas en Julitepec, Ahuatlaucan, Acapulco, San Pablo y en todas las iglesias. Toda la Tradición estaba unida por Cocoyoc.

El martes 30 de enero, el pueblo empezó a juntarse en el Santuario desde las cinco de la tarde, pues se esperaba la liberación del Padre Sixto para las ocho de la noche. Pero los muchos trámites y la espera de la anuencia del juez, demoraron demasiado la salida. Los fieles seguían esperando y rezando rosarios en el templo.

El Padre Sixto llegó finalmente al templo casi a la una de la mañana, junto con don David, después de tres días de prisión. Había una multitud reunida para recibirlos. Todo el atrio de la iglesia y las calles que dan acceso a la misma, estaban colmadas de gente. Fue un júbilo enorme, repique de campanas, cohetes; del llanto de angustia se había pasado al llanto de alegría y a los cantos de gloria para dar gracias a nuestro Dios. Habíamos logrado la libertad de su sacerdote, y además, conservado el templo para la celebración de sus fiestas.

Aunque después se siguieron tres largas semanas de persecución y amenazas, el pueblo de Cocoyoc ya no estaba solo, y estaba muy unido.

El jueves primero de febrero la Policía Federal aprehendió al Sr. Mario Galicia, y amenazaba con ejecutar todas las órdenes de aprehensión, pero Trento estuvo allí, siguió luchando y defendiendo al pueblo de Cocoyoc, y se logró la paz y la concordia, gracias al poder de nuestro Dios y a los ruegos de nuestra madre, la Virgen María