San Alberto Magno, buscador incansable.

20.11.2023

El filólogo inglés Tolkien en una de sus obras más leídas tiene una idea que bien nos puede ayudar a entender la vida admirable de San Alberto Magno, "no todos los que vagan están perdidos". Se puede decir que nuestra vida es un caminar continuo, muchos conocen el rumbo y muchos extravían el camino, el punto está en acertar; San Alberto lo hizo.

Viajó mucho, siempre en busca de algo superior y perfecto. Nació el año 1206 en Launingen, ciudad de la Suevia bávara, asentada a las orillas del Danubio. Su familia era militar, pero Dios lo había dotado de un admirable espíritu observador y dirigió sus pasos a Padua, en cuya Universidad cursó sus estudios.

Allí inició un nuevo viaje, pero esta vez espiritual. En la Universidad conoció a un compatriota suyo, también bienaventurado, el Beato Jordán de Sajonia, sucesor de Santo Domingo de Guzmán como Maestro General de la Orden de Predicadores. El contacto con estos frailes tan doctos como piadosos le movió a despreciar las vanidades terrenas para abandonar al mundo e iniciar un viaje en busca de la unión perfecta con Dios.

Ingresó al noviciado, es decir, el tiempo de preparación para convertirse en religioso. El joven novicio dedicó cinco años a la formación que le daban los nuevos maestros, y el Chronicon de Helsford resume su vida de estos años diciendo que era "humilde, puro, afable, estudioso y muy entregado a Dios". La Leyenda de Rodolfo lo describe como "un alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que sus condiscípulos y sus maestros le llamaban el filósofo.

Terminados sus estudios y su formación religiosa inició nuevos viajes en su carrera como escritor y profesor, oficios en que consumiría su vida, salvo dos paréntesis administrativos, uno al frente de la provincia dominicana de Germania y otro, ya obispo, frente a la diócesis de Ratisbona. Inició su vida docente como profesor en Colonia, pero después regentó las cátedras de Hildesheim, Friburgo, Estrasburgo, volvió a Colonia y su última cátedra que fue París.

Como profesor viajó mucho en cumplimiento de la obediencia, pero viajó mucho más como sabio, pues frecuentemente hacía expediciones audaces y peligrosas a bosques y desiertos con el fin de encontrar los secretos de la creación. Su fino espíritu de observación le hizo estudiar las propiedades de los minerales y las hierbas, incluso montando en su convento lo que hoy llamaríamos un laboratorio de química. A la observación juntó la habilidad y agrandó su laboratorio conventual con lo que podríamos llamar gabinete de física y taller de mecánica.

Hizo muchos descubrimientos que plasmó en la Summa de creaturis; asimismo en sus comentarios a la Sagrada Escritura y Aristóteles. A lo que debemos sumar los diversos comentarios a obras teológicas y sus mismos libros teológicos. La obra de nuestro santo es tan importante que el acádemico francés Federico Ozanam considera que son cuatro obras forjaron el carácter aleman, sentimental, artista, práctico y exacto: los Nibelungos, el Parsifal, la obra poética de Gualter de Vogelweide y las obras de San Alberto Magno.

Descubrió muchas cosas como sabio para enseñar a los hombres el camino que lleva a Dios, cumpliendo prácticamente lo que el inglés sir Francis Bacon diría: "un poco de ciencia aleja al hombre de Dios, pero mucha ciencia lo trae de vuelta". San Alberto tuvo mucha ciencia, pero casi toda queda eclipsada por un descubrimiento único. Siendo profesor de Colonia uno de sus alumnos se distinguía por su piedad, pero sobre todo por su silencio; jamás comentaba o hacía preguntas. Sus compañeros lo tenían por incopentente, tanto que le apodaban el Buey mudo, pues era muy corpulento. Cuando uno de los compañeros le repetía las clases del maestro por caridad, pues pensaba que le ayudaría, quedó boquiabierto cuando aquel alumno mudo hasta entonces le corrigió haciendo notar que eso no había dicho el profesor, acto seguido repitió textualmente lo dicho por el profesor para luego corregir al mismo profesor y aclarar su pensamiento.

Al día siguiente le contaron a San Alberto lo acontecido, entonces el maestro examinó los apuntes de aquel estudiante, después añadió a manera de broma siguiendo el juego estudiantil: "Ustedes le llaman Buey mudo, pues les certificó que un día llenará el mundo entero con sus mugidos". Así fue, aquel alumno era Santo Tomás de Aquino y desde aquel momento San Alberto puso todo su empeño en protegerlo y hacer que su carrera llegara a feliz termino.

Jamás abandonó a su hijo predilecto. Santo Tomás murió primero y algunos maestros de París quisieron condenar las doctrinas del Doctor Angélico y era preciso defenderlas. Así que el santo, ya anciano cubrió a pie los kilómetros que separan Colonia de París para defender a su discípulo. Su trabajo tuvo feliz término y hoy la Iglesia disfruta de obras tan sabias como piadosas.

Sus búsquedas llegaron término como todo en esta vida. Su muerte acaeció el 15 de noviembte de 1280 cuando tenía setenta y cuatro años. Antes de ella tuvo unos meses de tinieblas mentales, olvidó todo lo que había estudiado, como si esto fuera privilegio de los genios, también la sufrieron Santo Tomás de Aquino, Newton y Galileo.

Es doctor de la Iglesia, es decir, que con sus escritos es maestro egregio de todos los católicos. A cada doctor se le pone un sobrenombre que explica mejor su carácter particular. San Alberto Magno es conocido como Doctor Universalis, el Doctor Universal, por el inmenso campo de sus conocimientos. Además es de los santos señalados con el apelativo de Magno, debido a la magnitud de sus obras santas.

Aprendamos de él a estimar la ciencia y usarla como un medio que nos acerque a Dios, especialmente en estos días de obscurantismo en todos los aspectos de la vida humana.