!Que se casen los sacerdotes! Un Arzobispo desafía la Disciplina Eclesiástica.

16.03.2024
El error sigue siendo error aunque lo diga un ángel como nos advirtió San Pablo, y en tal caso no debemos oírlo, debemos mantenernos firmes en lo que la Iglesia ha enseñado siempre.

Por el P. Fernando Albíter.

En una reciente entrevista para el Times de Malta[1], el arzobispo Charles Scicluna ha generado un debate al sugerir que debería revisarse la ley del celibato clerical en la Iglesia Católica. Si bien sus comentarios han generado diversas reacciones, es importante analizar esta propuesta a la luz de la doctrina Católica que no puede cambiar con los tiempos.

Charles Scicluna es Arzobispo de la isla de Malta y desde 13 de noviembre de 2018 secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, congregación encargada de custodiar la Doctrina Católica. Esto reviste a su crítica al celibato de una gran relevancia, pues una es manifestación externa de lo que necesariamente sucede dentro del dicasterio mencionado.

Ataques al pensamiento de la Iglesia.

A lo largo de la historia se han lanzado ataques contra el celibato sacerdotal. Uno de los primeros actos de los protestantes en el siglo XVI fue abolir el celibato y promover el matrimonio de los sacerdotes. No sorprende una crítica venida de quienes han renunciado a la Iglesia, lo que alarma es encontrar estos ataques en quienes ostentan un cargo dentro de la jerarquía eclesiástica.

El pensamiento de Scicluna es un eco del pensamiento protestante. Recordemos cómo en el sínodo de los Obispos del 2019 se consideró la posibilidad de ordenar como sacerdotes a hombres casados en las amazonias. En la misma línea de pensamiento Scicluna aduce tres razones para considerar la posibilidad de por lo menos relajar la ley del celibato sacerdotal.

Muchos jóvenes podrían haber sido buenos sacerdotes, pero desisten porque quieren casarse.

En esta objeción subyace la preocupación por la crisis vocacional que aqueja a toda la Iglesia. Es una realidad que jóvenes con cualidades excelentes se apartan del sacerdocio ante la imponente ley del celibato; entonces la conclusión lógica, según el arzobispo, es tomar decisiones al respecto para no perder a buenos sacerdotes.

La crisis vocacional es un hecho innegable pero es erróneo pensar que un joven casado podría ser un buen sacerdote. No olvidemos que el servicio de los sacerdotes a la Iglesia exige una entrega absoluta imposible de encontrar en el hombre casado. Sumemos a esto los grandes problemas que surgirían en el ejercicio pastoral de sacerdotes casados atados a una familia y rematemos aduciendo un hecho igualmente incuestionable, y es que hemos tenido innumerables sacerdotes santos célibes a lo largo de la historia de la Iglesia.

La crisis vocacional no se solucionará autorizando el matrimonio en sacerdotes, sino educando mejor a los jóvenes en nuestras familias y fortaleciendo su vida espiritual en los seminarios.

Muchos sacerdotes de hecho rompen la ley del celibato.

Se aduce una razón más poniendo en la mesa los casos lamentables de sacerdotes que faltan a la ley del celibato y sacando la conclusión lógica de cuestionar la existencia del celibato sacerdotal.

Pero este argumento es tanto como el que se aduce para legalizar las drogas o tantos delitos. Es decir, si no puedes con el enemigo únete a él. Si muchos hombres roban legalicemos el robo y asunto resuelto. De nuevo se pasan por alto un gran número de problemas que en vez de solaparse deberían corregirse.

Un sacerdote no rompe la ley del celibato de la noche a la mañana, antes del delito hay una larga cadena de claudicaciones y pecados que causaron la defección. En torno a esta serie de claudicaciones hay toda una estructura eclesiástica que falló en vigilar, proteger y cuidar a ese sacerdote. Dentro del mismo sacerdote hay una larga serie de faltas voluntarias que no quiso enmendar. La exsitencia de los delincuentes no vuelve mala a la ley.

Los crímenes cometidos por clérigos prenden las alarmas llamando a considerar la ley del celibato.

Por último se ponen sobre la mesa todos los escándalos cometidos por sacerdotes y que llenan de tristeza al cielo y a la tierra. Son caso muy lamentables que nos llaman a poner un remedio urgente pero de ninguna manera son suficientes para dudar de la conveniencia del celibato sacerdotal.

Este argumento es una trampa perversa, porque se está considerando sólo la punta de un problema muy profundo. Una cosa es un pecador en el sacerdocio y otra muy distinta un es el criminal que llega al sacerdocio. El sacerdote que no guarda la castidad buscará las ocasiones de pecar. El criminal realiza sus crímenes dentro y fuera del sacerdocio, porque el carácter sacerdotal sólo es una circunstancia que agrava sus pecados.

En pocas palabras, no es la ley del celibato la que hace criminales a los sacerdotes; son las perversiones de ese hombre que no fue sincero con sus superiores en el seminario y se atrevió a escalar las gradas del santuario con el alma manchada e inclinada a vicios perversos.

Los ataques a la ley del celibato son infundados e irracionales.

Los ataques de Scicluna a la costumbre milenaria a la vida casta de los sacerdotes carecen de fundamento pues se apoyan en meras posibilidades infundadas o en las faltas de sujetos aislados. En lugar de atacar la ley debería defenderla poniendo remedio a los problemas en vez de cubrirlos con medidas totalmente contrarias al espíritu de la Iglesia.

Estas impugnaciones a la ley del celibato no se apoyan en ninguna base pastoral, ni dogmática, ni canónica; nacen de concepciones totalmente ajenas al pensamiento invariable de la Iglesia en manera tal que estas impugnaciones son una señal más de la brecha que separa a la jerarquí actual del pensamiento genuinamente católico.

Llegados a este punto pongamos los ojos en el hecho que ataques de esta magnitud dirigidos desde la jerarquía de la Iglesia jamás se dieron antes del Vaticano II. Sólo se han producido después que los modernistas tuvieron acceso a puestos importantes en la jerarquía y voz para expresar su pensamiento totalmente contrario al de la Iglesia.

Disciplina de la Iglesia fundada en el dogma.

Los sacerdotes por el voto solemne que hacen en el momento del subdiaconado renuncian por siempre al matrimonio en tal manera que incluso son inhábiles para ello, es decir, si un sacerdote tuviera el atrevimiento de intentar contraer matrimonio este sería inválido por voluntad de Dios y de la Iglesia. Esta práctica de la disciplina eclesiástica está elevada al rango de ley en el canon 132 del Código de Derecho Canónico condenando toda otra práctica en contrario.

Esta ley se apoya en motivos muy poderosos que hemos señalado de paso más arriba: la entrega total necesaria para servir en la Iglesia, la santidad de vida que exige un abandono total del mundo y las criaturas, el ejemplo de los Santos Padres y tantos motivos más que son propios de un tratado y no de un artículo de esta magnitud.

Ante un nuevo ataque a la doctrina Católica quienes queremos ser fieles al Evangelio debemos mostrarnos firmes defensores la doctrina y disciplina que le Iglesia siempre ha sostenido. El error sigue siendo error aunque lo diga un ángel como nos advirtió San Pablo[2], y en tal caso no debemos oírlo, debemos mantenernos firmes en lo que la Iglesia ha enseñado siempre.


[1] Mark Laurence Zammit. (2024, enero). Watch: Priests should have option to marry – Archbishop Charles Scicluna. Times di Malta. Recuperado de https://timesofmalta.com/article/priests-option-marry-archbishop-charles-scicluna.1076739

[2] Gal. I, 8.