LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA IGLESIA ES LAMENTABLE. Por: Pbro. Fernando Albíter

11.11.2023

A lo largo de la historia se han alzado las olas de la herejía contra la Barca de San Pedro, pero siempre se han topado con santos pastores que, como diestros pilotos, han sabido guiar la nave a puerto seguro en medio de las tormentas más recias.

Para un Arrio siempre ha habido un San Atanasio, que se mantuvo fiel aun cuando, en palabras de San Jerónimo, "el mundo gimió al verse arriano". Cada herejía ha nacido sólo para ver a un santo pastor destruirla con el poder que Cristo le confirió a su Iglesia. Los fieles del pasado han contemplado el maravilloso espectáculo de un Pastor peleando con valor en defensa de la fe.

Pero a nosotros nos ha tocado ver que la herejía es propagada desde los púlpitos que deberían resonar con los ecos de Evangelio y la Tradición. Hemos visto consternados como el Vaticano, que siempre fue el baluarte de la fe se ha convertido en una "cueva de ladrones", literalmente; desde donde se propaga el error y solo se tienen condenas para quienes pretenden predicar el Evangelio de Cristo. Sólo hay cabida para el ecologismo, para la ideología de género, el socialismo y tantas doctrinas, no sólo erróneas filosóficamente hablando, sino heréticas.

Todo católico está obligado a salir en defensa de la Iglesia.

Es cierto que la defensa de la fe pertenece, en principio, a los pastores. Pero el católico no puede usar tal afirmación como excusa para retraerse de la lucha. Bien nos enseña Santo Tomás que cuando la necesidad apremia, la defensa de la fe no es obligación exclusiva de los que mandan, sino que "todos y cada uno están obligados a manifestar públicamente su fe, ya para instruir y confirmar a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles". (Summa Theol. 2-2 q.3 a.2 ad 2).

En este sentido viene bien recordar lo que S. S. León XIII escribió a toda la Iglesia en su Encíclica Sapientiæ Christianæ: "Retirarse ante el enemigo o callar cuando por todas partes se levanta un incesante clamoreo para oprimir la verdad, es actitud propia o de hombres cobardes o de hombres inseguros de la verdad que profesan. En ambos casos, esta conducta es en sí misma vergonzosa y, además, injuriosa a Dios".

Las circunstancias actuales reclaman que todos, pastores y rebaño, salgamos en defensa de la fe contra cualquiera que amenace su integridad, así venga revestido con las vestiduras que en otro tiempo distinguieron a los legítimos sucesores de San Pedro, porque es usurpador aquel que con violencia se apodera de la autoridad que le pertenece a los defensores, y porque usa su "autoridad" para destruir la misma fe que debería defender.

¿Qué debemos hacer prácticamente?

La pregunta que naturalmente debe surgir en nuestras almas es ¿Qué tengo que hacer? Sé muy bien que es mi deber salir en defensa de la fe, pero ¿Cómo? Es cierto que no podemos juntar un ejército de cruzados y recuperar los templos usurpados, esos tiempos tristemente sólo existen en los recuerdos guardados por los libros de historia. De nuestra tibieza y debilidad no puede surgir una obra de tal magnitud.

Pero si tanto no podemos hacer, sí podemos y debemos conocer nuestra fe para no ser engañados en estos tiempos de confusión, esta revista nace como un esfuerzo por difundir la verdadera doctrina, pura y explicada en el sentido que ha sido entendida y predicada por todos los Padres fieles a la Tradición.

Si el caso se presenta debemos salir en defensa de esta fe, ahí donde es atacada o deformada, como se cuenta que sucedió en la Basílica de Constantinopla cuando el hereje Nestorio se atrevió a decir desde el púlpito que la Virgen Santísima no era madre de Dios; el pueblo en masa abandonó el templo y algunos fieles se quedaron para increpar públicamente al hereje. Es el mismo espíritu que San Alfonso María de Ligorio nos enseña cuando cita a San Juan Crisóstomo: "Si el hereje se atreve a blasfemar frente a ti, hazlo callar con las razones que sustentan tu fe, pero si tus palabras no son suficientes aún tienes los puños para reducirlo al silencio que le conviene a él y no a ti". Esta no es en verdad una norma práctica para cada caso, pero sí un ejemplo del espíritu que debe arder en nuestras almas.

Agradezcamos todos los días por la fe que Dios nos ha dado; elevemos continuas oraciones pidiendo la defensa y extensión de nuestra Santa Fe. Formemos a nuestros hijos en este espíritu. Hagamos sacrificios para atraer la misericordia de Dios que tanto necesitamos.