La Blasfemia: Un Reto a la Majestad de Dios.

23.09.2024

DOCTRINA CATÓLICA.


Esperamos, con la gracia de Dios, tiempos mejores donde el nombre de Dios sea nuevamente alabado y glorificado en todas partes.

P. Érick Ballesteros. 

El segundo mandamiento de la ley de Dios nos ordena claramente: “No jurarás el nombre de Dios en vano”. Este mandamiento no solo prohíbe el uso irrespetuoso del nombre de Dios, sino que también nos manda a honrarlo en todo momento. Entre todas las formas de ofender este mandamiento, la blasfemia se destaca como la más grave de todas.

La blasfemia puede definirse como palabras de injuria, maldición o desprecio contra Dios, la religión o los santos. Sin embargo, no solo se limita a las palabras; también incluye gestos o acciones que expresan el mismo desprecio. Cada vez que alguien conscientemente profiere o simboliza una blasfemia, comete un gravísimo pecado contra la honra de Dios. Y cuando la blasfemia se acompaña de odio hacia Él, se convierte en una blasfemia execratoria. Si además se hace de manera pública y sonora, como un escándalo, se transforma en un desafío directo a la Majestad de Dios, una insensatez.

En nuestros días, parece que el pensamiento humano ha perdido por completo el sentido de lo sagrado. Las blasfemias contra Dios se multiplican en todos los ámbitos, y lo que antes se consideraba sagrado es ahora ridiculizado o profanado. Lo que debería ser respetado como los derechos de Dios sobre las criaturas se ha convertido en objeto de burla.

Blasfemias modernas: ejemplos recientes.

Uno de los casos más impactantes que hemos presenciado recientemente ocurrió en los Juegos Olímpicos de París 2024, donde, durante la ceremonia de apertura, se blasfemó públicamente contra la Última Cena de Nuestro Señor y la institución de la Sagrada Eucaristía. Este escandaloso espectáculo, transmitido a millones de personas en todo el mundo, fue protagonizado por un grupo de drag queens, que, en una grotesca parodia, interpretaron a los Doce Apóstoles. Además, una mujer de religión hebrea, vestida de manera indecente, representó a Nuestro Señor Jesucristo, mientras que una figura pintada de azul, representando a Baco, se burló del acto sagrado de la consagración del vino en la Preciosísima Sangre de Cristo.

Otro evento que merece ser mencionado es la marcha del orgullo gay en la Ciudad de México. Si bien esta manifestación ya es en sí misma una afrenta a la ley divina al querer entronizar el pecado, lo más perturbador fue la representación sacrílega del Viacrucis. En esta burla, personas desfilaron imitando el doloroso camino de Cristo hacia el Calvario, ridiculizando su sufrimiento y causando una profunda indignación en aquellos que aún conservan el respeto por lo sagrado.

Los carnavales en diversas partes del mundo, como el tristemente célebre carnaval de São Paulo, Brasil, también se han convertido en espacios donde Cristo es profanado abiertamente. En un evento reciente, se mostró a una figura de Cristo arrastrada por el demonio, en una clara representación obscena y blasfema.

Una realidad histórica y profética.

Aunque la blasfemia no es un fenómeno nuevo, es desconcertante que, después de dos mil años de cristianismo, aún se sigan multiplicando estas ofensas públicas. El Salmo 2 ya nos advertía de esta realidad: “Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos? Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yavé y contra su Ungido. Rompamos, dicen sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras”.

Esta rebelión contra la ley de Cristo Rey es la causa de las blasfemias públicas que presenciamos hoy en día. Como señala el Apocalipsis, en los últimos tiempos se abrirá la boca para blasfemar contra Dios, su nombre y su tabernáculo, algo que estamos viendo cada vez con mayor frecuencia. Este espíritu de rebelión es la marca del Anticristo, y lamentablemente, impregna a gran parte de la sociedad contemporánea.

Y aun en la edad media era declarado pecado de lesa majestad, y duramente castigado el pecado de blasfemia:El código de las Partidas se ocupa de la blasfemia en la Partida 7:

  1. El código de las Partidas se ocupa de la blasfemia en la Partida 7 De los que denuestan á Dios é á Santa María, é los otros santos. Si era ricohombre perdía la tierra por un año la primera vez, por dos años la segunda y para siempre la tercera. Si era caballero o escudero perdía su caballo y armas y las ropas dadas por su señor, quedando apartado de su servicio. Los que no eran ricoshombres ni caballeros, perdían la cuarta parte de sus bienes la primera vez y la totalidad de los mismos si reincidían tres veces más. Si no tenían bienes recibían 50 azotes por la primera vez, en la segunda eran marcados sus labios con un hierro candente figurando la letra B, y a la tercera, se les cortaba la lengua. En el caso de blasfemias de hecho, como escupir a una imagen, pisar la cruz, mutilarla o tirarle piedras, se sufriría la pena más grave de las anteriores —la de los reincidentes por tercera vez— y si no tenía bienes se les cortaba la mano derecha. Arrazola, Lorenzo (1853). p. 600. 

Las consecuencias de la blasfemia.

En el Antiguo Testamento, la blasfemia era duramente castigada: Muera irremisiblemente el que blasfemare el nombre del Señor; acabará con él a pedradas todo el pueblo, ora sea ciudadano o bien extranjero. Quien blasfemare el nombre del Señor, muera sin remedio” (Lev. 24:16). Incluso en la Edad Media, la blasfemia era considerada un crimen de lesa majestad, pues atacar a Dios era visto como una amenaza directa al orden civil.

Para los indiferentes e impíos es un triunfo la abrogación de las leyes condenatorias contra las blasfemias, y el normalizarla al menos contra las religiones, excepto el judaísmo, el cual es el único respetado por los organismos internacionales.

La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (Unión Europea o UE), después de deliberar sobre el tema de la ley de blasfemia, aprobó la resolución de que la blasfemia no debería ser un delito penal, que fue adoptada el 29 de junio de 2007 en la “Recomendación 1805 (2007) sobre blasfemias, insultos religiosos y expresiones de odio contra las personas por razón de su religión”.

El Comité de Derechos Humanos de la ONU (UNHRC), en julio de 2011, publicó una declaración de 52 párrafos que afirmaba la libertad de expresión y rechazaba las leyes que prohíben “mostrar falta de respeto por una religión u otro sistema de creencias”.

Incluso se atrevieron a dedicar el “Día Internacional de la Blasfemia” el cual se celebra anualmente el 30 de septiembre, alienta a las personas y grupos a expresar abiertamente sus críticas a la religión y las leyes contra la blasfemia. Fue fundado en 2009 por el Centro de Investigación. Ronald Lindsay, el presidente y director ejecutivo del Center for Inquiry, dijo, con respecto al Día de la Blasfemia, “pensamos que las creencias religiosas deberían estar sujetas a examen y crítica al igual que las creencias políticas, pero tenemos un tabú sobre la religión”, en un entrevista con CNN.

Los países occidentales han ido eliminado las prohibiciones históricas sobre la blasfemia. Francia lo hizo en 1881.La blasfemia fue abolida o derogada en Suecia en 1970, Inglaterra y Gales en 2008, Noruega con Leyes en 2009 y 2015, los Países Bajos en 2014, Islandia en 2015, Malta en 2016, Dinamarca en 2017, Canadá en 2018, Nueva Zelanda en 2019 e Irlanda en 2020.

Cómo se ve, los derechos de Dios, y el respeto a su santo Nombre es algo que no cuadra con el Nuevo Orden Mundial, por eso, se multiplican los escándalos y las profanaciones a los misterios santísimos de la religión Católica. Tenemos el santísimo deber de procurar de nuestra parte el máximo respeto a las cosas sagradas, al sacerdocio, la Iglesia, los santos, y sobre todo al Santísimo nombre de Dios, y en cuanto esté de nuestra parte que ese respeto lo tengan todos los que están bajo nuestro cargo o radio de acción.

El llamado a la defensa de lo sagrado.

En medio de este creciente desprecio hacia lo sagrado, los fieles católicos tenemos un deber sagrado: defender el honor de Dios y procurar el respeto hacia su santo Nombre. No podemos permitir que la irreverencia se normalice en nuestras sociedades, ni podemos ser indiferentes ante la burla y el desacato de los misterios sagrados de nuestra fe.

Esperamos, con la gracia de Dios, tiempos mejores donde el nombre de Dios sea nuevamente alabado y glorificado en todas partes. Y si en este mundo no logramos ver ese triunfo, confiamos en que, en la vida eterna, nos uniremos a los coros celestiales en alabanza a nuestro Señor.