No todo castigo corrige y sólo la corrección endereza a tu hijo. ¿Cómo corregir? Escuchemos a Dios.

16.11.2023

Familia y Educación

Es muy difícil corregir. No me dejarás mentir si afirmo que lo más complicado a la hora de educar es corregir una falta, porque te invade la impaciencia que brota en gritos, porque te preocupa tu hijo y no quieres que siga repitiendo sus malas conductas, porque te molesta lo que ha hecho, en fin, porque la mala conducta te empuja a borrarla y lo ordinario es que no sabes cómo hacerlo.

La ignorancia es una de las heridas que arrastramos desde Adán por el pecado original, pero la misericordia de Dios nos ha revelado en la Sagrada Escritura la divina verdad que es como medicina para el alma, a esa sabiduría queremos apelar. Pues bien, dice el Espíritu Santo en el versículo 12 del capítulo 10 del libro de los Proverbios: "El odio provoca peleas, pero la caridad cubre todas las faltas".

Si analizamos con detalle esta verdad, podemos distinguir que hay tres maneras de cubrir:

  • Cuando pongo algo para no ver, como cuando la mujer maquilla las imperfecciones de su rostro, y de esta manera cubre el educador que sólo regaña para "sentir" que hizo algo o cumplió con su oficio, pero no cumple, sólo se engaña, maquilla la falta con su castigo inútil.

  • Cuando pongo algo para proteger, por ejemplo, cuando me abrigo para protegerme del frío, así obra el educador que solapa la falta, encubre el vicio que origina la falta y afirma en el mal al educando con su sobreprotección, por no hacer sentir mal omite la corrección, cubre la falta con un amor mal entendido.

  • Cuando pongo algo para cubrir y curar, por ejemplo, cuando vendamos la herida para que la curación sea eficaz, así es como nos pide el Espíritu Santo cubrir la falta de nuestros hijos. Cubrir con amor para corregir con eficacia.

Cuatro tiempos de la corrección.

Cuando te topas ante una mala actitud o falta manifiesta, por ejemplo, está platicando durante la clase tu alumno o te mintió tu hijo, es claro que no podemos dejar las cosas así, pero muchas veces obramos con precipitación, nos dejamos llevar de nuestro coraje y echamos a perder la obra de la educación. Nos enseña San Pablo que debemos "obrar con calma y no precipitadamente" (Hechos, 19, 36). Podemos señalar cuatro tiempos para corregir como Dios manda:

  • Recobrar la calma. Es cierto que la falta provoca una molestia natural, quizá ya le dejaste pasar muchas y con esta nueva falta ha colmado tu paciencia, pero si quieres desquitar tu coraje dejaste de ser educador para convertirte en un igual de tu educando, te degradas siempre que dejas llevarte de la impaciencia. Es regla de educación cristiana jamás intentar corregir movido de la ira, porque lo único que estás haciendo es desahogar tu molestia.

  • Identificar bien la falta y dimensionarla correctamente. Muchas veces hacemos una tormenta en un vaso de agua. Sigamos con los ejemplos planteados, cuando el alumno está platicando en clase, quizá le duele algo y le dijo a su compañero, quizá lo vencieron las ganas de platicar, quizá tu clase está aburrida porque no la preparaste, entonces ¿qué es lo más fácil de hacer? Desquitar tu coraje con gritos, lo regañas, lo castigas o sacas del salón; y aquí el único perjudicado es el pobre niño que no entiende la situación, debes tomarte la molestia de conocer bien qué está pasando, porque muchas veces lo que a simple vista parece indisciplina es quizá enfermedad, cansancio o consecuencia lógica de mi descuido como maestro.

  • Identificar la causa del mal. Cuando vas al médico sales satisfecho si el médico te indica la razón de la medicina recetada, de lo contrario sospechas que sólo salió al paso recetando a la ligera, pues eso mismo sucede muchas veces en la educación.

Son múltiples las causas de las faltas y sería imposible enumerarlas aquí, mejor propongo un esquema triple colocando el mal a corregir en tres tiempos: pasado, presente y futuro:

  • El problema está en el pasado, es decir, hay algo ajeno y anterior a la situación que se está manifestando ahora por medio de esta mala conducta, por ejemplo, un vicio que se ha ido engendrando en el niño o un descuido como educador, como en la mentira donde hay algo que ha provocado en tu hijo desconfianza que le lleva a ocultarte cosas, en la distracción tu clase mal hecha provocó la falta, entonces debes poner remedio al vicio o planear mejor para que en el futuro no vuelva a suceder.
  • El problema está en el presente, es decir, hay alguna emoción en el educando, alguna enfermedad o algo que en este momento provocó la falta, entonces no es que sea malo, lo que pasó fue un accidente, se pone remedio rápido y seguimos adelante sin hacer mayor drama. Recuerda que vivimos en un mundo lleno de imperfecciones, nada hay perfecto en esta tierra.
  • El problema está en el futuro, es decir, no identificas concretamente la causa de la falta, sin embargo, temes que eso se vuelva repetir, es entonces donde el método preventivo de San Juan Bosco entra para decirnos que debemos planear un ambiente en donde la única posibilidad que tenga el educando sea la de obrar el bien.

Es cierto que en toda falta intervienen causas pasadas y efectos futuros, sin embargo, generalmente un aspecto es el que más predomina o en el que debemos enfocarnos. Lo más difícil quizá es esto, encontrar el remedio, pero llevamos más de la mitad avanzada si es que identificamos la causa del mal.

  • Aplicar el remedio con amor. Una vez que tenemos el remedio debemos aplicarlo con toda la caridad del mundo. Procurando que nuestro hijo o alumno perciba claramente que lo hacemos por su propio bien, que jamás llegue a percibir el más mínimo rastro de venganza con él o cosa parecida.

Fases o grados de corrección.

Debemos tener presente que no todo regaño o castigo es corrección. La corrección de una falta o defecto puede darse por diversos medios, sería imposible enumerarlos porque cada caso es su mejor explicación y cada uno de ellos debe examinarse en sí. Sin embargo, como norma general Monseñor Llorente, en su Curso teórico – práctico de Pedagogía, nos enseña que hay cinco etapas para lograr la corrección.

  • Avisar. Muchas veces el educando comete la falta por inadvertencia o ignorancia, no se dio cuenta o "se le pasó". Bueno, entonces el remedio es señalarle lo que no vio o no conoce, para que no lo vuelva a cometer. La paciencia es la virtud que debe cultivar con más esfuerzo el educador.

  • Recordar. Aún nosotros de adultos olvidamos las cosas, aunque nos las han dicho muchas veces, cuántas veces se te olvidan las cosas, cuántas veces cometes las mismas faltas, bueno, pues un niño con más razón será inclinado a cometer las mismas faltas una y otra vez.

La única manera de memorizar es repetir y si debemos repetirle las cosas una y otra vez, hay que hacerlo, porque ese es nuestro oficio como educadores, recordar al niño las veces que sea necesario lo que debe hacer y no es obligación del niño recordarlo, para eso Dios le concedió padres y maestros.

  • Reprender. Si a pesar de tu paciencia en recordarle las cosas muchas veces el niño se obstina en obrar mal, entonces sí debes regañarlo, y sólo entonces, es decir: hacerle sentir mal por su mala conducta, pues ya no puede poner pretextos, has sido bueno con él y ahora se está abusando de tu bondad.

Si el regaño no hace sentir mal al niño no sirve; es desagradable esto, pero necesario para su corrección, de paso recordemos una vez más que esto no debemos hacerlo en el momento que nos hizo enojar, si al momento de reprender sientes molestia, no hay problema, al contrario, puede ser mejor; enojarse no es pecado, el pecado está en ofender al prójimo, por eso, aunque te molestas evita toda humillación en el regaño.

  • Amenazar. Si a pesar de proceder con este orden no vemos enmienda, entonces hagamos primero un examen y veamos si no es que la falta tenga otra causa que la que pensábamos, consultemos e intentemos otros remedios. Si a pesar de eso, la obstinación en la falta continúa, entonces debemos amenazarlo con un castigo. Si la amenaza no se cumple no sirve más que para convertir a nuestros hijos en manipuladores, una vez que amenaces debes cumplir la amenaza y no debes castigar si no le has amenazado antes, ¿cómo aplicarle una pena que él no conocía?

  • Castigar. Si después de la amenaza lo vuelve a hacer entonces cumple tu amenaza. Aquí debemos tener presente que es regla indispensable aplicar el castigo con ánimo totalmente sereno, jamás castigar enojado, y entonces, el niño debe comprender claramente que tu ánimo al castigarlo es que se corrija, que no quisieras hacerlo, pero es por su propio bien, aunque te duela más a ti que a él.

Ordinariamente después de todo este proceso es muy difícil que la mala conducta siga, sin embargo, cuando vuelve a reincidir podemos iniciar desde el segundo paso nuevamente, examinando antes qué estamos haciendo mal, consultemos a los más experimentados. Si a pesar de esto no encontramos remedio quizá sea bueno ir con psicólogo o con psiquiatra para que nos oriente, pues probablemente hay algún problema de su ámbito profesional.

Apéndice. Sobre la suspensión y la expulsión.

Es claro que en el hogar no caben ni la suspensión ni la expulsión, no puedes sacar un día de tu casa al niño rebelde o expulsarlo para siempre, quizá con jóvenes mayores de edad cabe está pena, pero en la formación infantil no cabe de ninguna manera.

Pero se puede cuestionar qué decir al respecto de esto en el ámbito escolar. Lo que decimos es que la suspensión y la expulsión son el fracaso pedagógico. Si el castigo ordinario es una leve defección de tu oficio como maestro, es decir no has sabido enseñar a practicar el bien o apartar del mal, ¿qué debemos decir cuando no puedes tener al niño contigo? Que fallaste terriblemente como educador.

Si debes sacar del salón a un alumno (suspensión de la clase) o mandarlo un día, quizá dos o más, a su casa, has fracasado parcialmente como educador o lo ha hecho tu institución, es decir, no supiste qué hacer. Es cierto, quizá el niño o sus padres tienen la culpa, sin embargo, la realidad no cambia el hecho de que no has podido con ese caso, ha rebasado tu capacidad de educar, no pudiste con él.

¿Qué hacer entonces? No puedes dejar el niño a su suerte. En primer lugar, debemos decir que la suspensión tal cual se entiende ordinariamente, es tanto como darle vacaciones, pues a los ojos del niño lo estás premiando por su mala acción ¿Qué sucederá cuando no quiera asistir a clases un día o no quiera estar en el salón?, se portará mal para que le des su ansiado premio que tú erróneamente ves como castigo. Es decir, eres promotor del desorden con lo que pretendes usar para "corregir". Lo que consideras remedio es un veneno que promueve el mal, es tanto como dar camino para ser delincuente del aula.

Por eso al suspenderlo, si es que no te queda otra opción, debes enviarlo a quien lo pueda corregir, es decir, no debes zafarte del problema, como decíamos al inicio, "hacer como que realizas algo", no; debes hacer algo efectivo para sacar al niño de su mala acción, debes ponerlo a realizar una actividad con supervisión o ponerle una pena (siguiendo el método arriba descrito) que le haga reflexionar sobre su mala acción.

¿Y la expulsión? Es el fracaso de la escuela como institución, cada expulsión, si es que sucede, debe hacer que la institución se replantee de nuevo sus métodos y fines como centro educativo porque ha fracasado, al menos en ese caso. Es cierto, muchas veces el niño es un caso especial, pues entonces debemos encausarlo a una escuela especial con educadores capacitados para saber qué hacer en esos casos.

Al expulsado no lo debes dejar a su suerte, ¿cómo puede ser posible que Cristo tiene esperanza en todos los hombres y tú no? Si te dices cristiano debes obrar como Él, pues nos dio ejemplo, por cada hombre murió en la cruz, incluido tú, ¿Por qué? Porque tiene esperanza de tu remedio, está seguro de que te puedes corregir. Y aquí cabe una pregunta, si el delincuente más perverso puede corregirse, ¿no crees que el alumno más incorregible puede ser redimido? No sé, la cruz algo está diciéndonos a ti y a mí, es el argumento más fuerte contra el pesimismo pedagógico que muchas veces invade nuestras casas y escuelas.

Todo se resume en amar a Dios y al prójimo como a ti mismo. Decía San Juan de la Cruz: "Donde no hay amor siembra amor y cosecharás amor". Ahí está el secreto educar como lo hizo Cristo nuestro Señor y todos los santos.