El tiempo pascual.

06.04.2024

ESPIRITUALIDAD


En esta sección ofreceremos textos selectos de autores católicos que con sus enseñanzas han instruido la piedad de los fieles con doctrina sólida. En esta ocasión les presentamos un texto de Dom Prosper Guéranger, quien fue un influyente monje benedictino del siglo XIX, reconocido por revitalizar el monaquismo en Francia tras la Revolución. Fundador de la Abadía de Solesmes, destacó por su monumental obra "L'Année Liturgique", promoviendo la importancia de la liturgia y el canto gregoriano. Su defensa de las prácticas litúrgicas tradicionales y su impacto en el movimiento litúrgico católico le valieron reconocimiento internacional. Su legado perdura en la espiritualidad cristiana contemporánea.

en el día de Pascua el género humano es levantado de su caída y entra en posesión de todo lo que había perdido por el pecado de Adán

Dom Prósper Guéranguer, O.S.B.

Definición del tiempo pascual.

Se da el nombre de Tiempo Pascual al período de semanas que transcurre desde el Domingo de Pascua al sábado después de Pentecostés. Esta parte del Año litúrgico es la más sagrada, aquella hacia la cual converge el Ciclo completo.

Se comprenderá esto fácilmente, si se considera la grandeza de la fiesta de Pascua. La antigüedad cristiana la embelleció con el nombre de Fiesta de las fiestas, Solemnidad de las solemnidades, a la manera, nos dice San Gregorio Papa en su Homilía sobre este gran día, que lo más augusto en el Santuario era llamado el Santo de los Santos, y se da el nombre de Cantar de los cantares al sublime epitalamio del Hijo de Dios que se une con la Santa Iglesia.

Ciertamente, en el día de Pascua es cuando la misión del Verbo encarnado obtiene el fin que estuvo anhelando hasta entonces; en el día de Pascua el género humano es levantado de su caída y entra en posesión de todo lo que había perdido por el pecado de Adán.

Cristo vencedor.

La Navidad nos había dado un Hombre-Dios; hace tres días recogimos su sangre de un precio infinito para nuestro rescate. Pero en el día de la Pascua, no es ya una víctima inmolada y vencida por la muerte, la que contemplamos; es un vencedor que aniquila a la muerte, hija del pecado, y proclama la vida, la vida inmortal que nos ha conquistado. No es ya la humildad de los pañales, ni los dolores de la agonía y de la cruz; es la gloria, primero para él, después para nosotros.

En el día de Pascua, Dios recupera, en el Hombre-Dios resucitado, su obra primera: el tránsito por la muerte no ha dejado en él huella ninguna, como tampoco la dejó el pecado, cuya semejanza se había dignado asumir el Cordero divino; y no es solamente él quien vuelve a la vida inmortal; es todo el género humano. "Así como por un hombre vino la muerte al mundo, nos dice el Apóstol, por un hombre debe venir también la resurrección de los muertos. Y así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados[1]".

La preparación de la Pascua.

De esta forma, pues, el aniversario de este acontecimiento constituye cada año el gran día, el día de la alegría, el día por excelencia; a él converge todo el año litúrgico y sobre él está fundado. Pero, como este día es santo entre todos, ya que nos abre las puertas de la vida celestial, donde entraremos resucitados como Cristo, la Iglesia no ha querido que luciera sobre nosotros antes de que hubiésemos purificado nuestros cuerpos por el ayuno y corregido nuestras almas por la compunción.

Con este fin instituyó la penitencia cuaresmal, y también nos advirtió desde Septuagésima que había llegado el tiempo de aspirar a las alegrías serenas de la Pascua y de disponernos a los sentimientos que su venida debe despertar. Ya hemos terminado esta preparación y el Sol de la Resurrección se eleva sobre nosotros.

Santidad del domingo.

Pero no basta festejar el día solemne que contempló a Cristo-Luz, huyendo de las sombras del sepulcro; a otro aniversario debemos tributar el culto de nuestra gratitud. El Verbo encarnado resucitó el primer día de la semana, el día en que el Verbo increado del Padre había comenzado la obra de la creación, al sacar la luz del seno del caos y separarla de las tinieblas, inaugurando así el primero de los días.

Por tanto, en la Pascua nuestro divino resucitado santifica por segunda vez el domingo y, desde entonces, el sábado deja de ser el día sagrado. Nuestra resurrección en Jesucristo, realizada en domingo, colma la gloria de este primero de los días; el precepto divino del sábado es abolido con toda la ley mosaica, y los Apóstoles mandarán en lo sucesivo a todo fiel celebrar como día sagrado el primer día de la semana, en el que la gloria de la primera creación se une a la de la divina regeneración.

[1] I Cor., XV, 21-22.